Una vocación fuera de lo común
Todos conocemos que la vocación
religiosa de Eugenia nació fuera de un contexto familiar favorable.
El suyo fue más bien superficial, mundano y sin claros principios morales.
El card. Martini comentó este tipo de
vocación con una reflexión sobre el actuar del Espíritu Santo:
“El espíritu existe también hoy día,
come al tiempo de Jesús y de los apóstoles: existe y está a la obra, llega antes que nosotros, trabaja más y mejor que nosotros; a nosotros no nos toca ni sembrarlo ni despertarlo, más bien reconocerlo, acogerlo, consentirlo, hacerle camino, seguirlo. Existe y nunca se perdió de animo con nuestros tiempos; al contrario sonríe, danza, penetra, llena, envuelve, llega hasta donde nunca pensaríamos. Frente a la crisis principal de nuestra época que es la perdida del sentido de lo invisible y del Trascendente, la crisis del sentido de Dios, el Espíritu está jugando, a escondida y en la pequeñez, su partido victorioso".
Un corazón ardiente para la misión
Mons. Guido María Conforti, obispo de Parma desde 1907 a 1931 fue el fundador de la congregación de los Misioneros Saverianos. Llenó toda su diócesis de la conciencia que la misión no era solo hacia China o otros países lejano, sino en la misma Italia. Los misioneros que regresaban traían un anhelo de conversión y de atención a los hermanos. La misión "de regreso" de mons. Conforti la compartió tenazmente y apasionadamente Eugenia con su joven congregación. Solo varias décadas después se abrirá a misiones ad extra.
Una alma fuerte frente al dolor
El dolor ajeno.El dolor de las víctimas de la primera Guerra mundial. La casa madre de la congregación en la época de Eugenia y mons. Conforti se volvió en un centro de referencia para acoger niños que tenían padres al frente o heridos. Organizaron cursos para volver las hermanas enfermeras. El padre Chieppi les decía: "Tienen que estar listas para ir hasta los campos de batalla". Y también: "Las Pequeñas Hijas tienen que estar listas a donar la última gota de su sangre para los hermanos".
El dolor propio.
En los últimos dos años de su vida se le amputó un pie. Mons. Conforti, dulcemente le supo aconsejar: "No se gobierna con los pies, sino con la cabeza". Tuvo que aprender a servir a la congregación de una manera nueva: ya no con el activismo, sino con la disponibilidad, la atención, la oración. La beata Eugenia encontró serenidad porque se dedicó más intensamente a escucar sus hermanas, a confortar las decaídas, a orar para todos. La oración ensanchó el horizonte de su servicio y llenó su sonrisa y sus días. En pocas palabras transformó el sufrimiento en ejercicio de amor y caridad.
Fuente: Homilía pronunciada por el padre Ambrogio Cortesi el 7 de setiembre de 2009
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